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sábado, 24 de abril de 2010

EL DONANTE

-Como supongo que ya sabrá, estoy muy ocupado en asuntos de gran importancia. Tengo a los de la consejería en mi despacho y no creo que les guste esperar, así que usted me dirá García ¿Se puede saber que es eso tan misterioso como para no hablar de ello por teléfono, y tan urgente que no puede esperar?
-Discúlpeme señor director, siento profundamente interrumpirle en sus importantes quehaceres al frente de este hospital, pero es que nos enfrentamos a un incómodo suceso producto sin duda de una serie de infortunadas casualidades...
-García... déjese de pamplinas y vaya al grano. No tengo un minuto que perder, los de la consejería me esperan.
-Sí, señor director, le pido perdón de nuevo. Intentaba ponerle en antecedentes en lo relacionado con...
El director se le acercó aún más para lanzarle una mirada furiosa por encima de sus gafas y García comenzó a hablar atropelladamente mientras se limpiaba el sudor de la frente con un pañuelo.
-El quirófano número tres señor director... me llaman cada cinco minutos... me dicen que es cuestión de vida o muerte... que ellos se lavan las manos si el paciente fallece en la mesa de operaciones por falta de sangre.
-¡Pero bueno García! ¿Y se puede saber a qué espera? Deles la dichosa sangre y todo resuelto.
-No la tenemos.
-Pues búsquela.
-Ya lo he intentado... le aseguro que lo he intentado pero...
-¡Pues no lo intente más y hágalo de una vez!
-Me temo que no es posible, señor...
La cara del director enrojeció entonces de pura indignación, un creciente temblor en su labio inferior anunciaba la llegada de una fuerte reprimenda, y García, viéndose perdido, se adelantó a las palabras de su jefe.
-Ha habido un lamentable error en la clasificación de nuestra partida de emergencia. El etiquetado del tipo cero negativo es incorrecto... todavía no me explico como ha podido ocurrir. Hemos pedido ayuda a otros hospitales, al banco estatal incluso, pero todo eso necesitará de un tiempo que no tenemos. Una serie de desgraciadas casualidades... eso es lo que ha ocurrido. Si ese caso urgente del quirófano número tres pudiera esperar un par de horas, todo se solucionaría. Con un solo donante podríamos salir del paso, al menos hasta que llegara la ayuda, pero lamentablemente todo es cuestión de minutos...
A medida que escuchaba, el rostro del director había cambiado su tono por otro más pálido, y un brillo húmedo comenzaba a cubrirle la frente.
-Entonces salgan a la calle, busquen por todo el hospital a alguien que tenga el grupo sanguíneo que necesitan... ¿Cómo no van a encontrar siquiera uno? ¡Haga algo, por dios! No se me quede mirando como un pasmarote.
-Ya hemos buscado señor director, en eso al menos hemos tenido suerte. Han encontrado a dos posibles donantes.
El director no dijo nada, se limitó a esperar ansioso ese nuevo problema que veía en la frente de García.
-Uno de ellos está descartado por padecer hepatitis. El otro...
-¡El otro qué García! ¡Qué cojones le pasa al otro!
-No le pasa nada señor. Es que no quiere.
-¿Cómo que no quiere? ¡Explíquese García! ¡Explíquese o le juro que le pongo de patitas...!
-Es un hombre de unos cincuenta años al que hemos dado de alta esta misma mañana. Un donante de tipo cero negativo, sano... es un indigente que no parece estar muy bien de la cabeza y que se niega obstinadamente a la extracción.
-Oblíguele entonces...
-Me temo que eso tendría consecuencias tan catastróficas como las que intentamos evitar. Lo he consultado con el departamento jurídico del hospital y me han asegurado que podríamos vernos metidos en un buen lío. Una denuncia de ese tipo produciría efectos devastadores en la imagen, no ya de este centro, sino en la de todo el sistema sanitario de país.
-¿Y a ese... mendigo, le han explicado detalladamente la situación?¿Sabe que si no dona su sangre alguien va a morir?
-Yo mismo lo hice señor director. Es plenamente consciente de todo, pero aún así se niega en redondo.
-Lléveme ante ese indeseable García, verá como yo arreglo esto en cinco minutos.
Cuando llegaron a la sala de extracciones, varios médicos salieron al paso del director con la intención de ponerle al corriente. Este no dijo palabra, con el simple gesto de una mano les hizo callar y se abrió paso hasta la camilla rodeada de enfermeros. Sobre ella se encontraba tumbado un hombrecillo terriblemente asustado que no dejaba de negar con la cabeza.
-¡Así que es usted el miserable del que todos hablan! –exclamó el director con los brazos en jarras –Vamos a ver... ¿me puede alguien decir el nombre de este sujeto?
-No tiene nombre –susurró una enfermera.
-¿Cómo que no tiene nombre? Alguien le habrá tomado los datos al ingresar.
-Es que nos lo trajeron los de servicios sociales, no llevaba ningún tipo de documentación, lo encontraron tumbado en medio de la calle y medio muerto de frío, deshidratado, con fiebre alta... ya sabemos que no es lo que ordena el reglamento, pero no tuvimos más remedio que ingresarlo.
-Mi nombre es Serafín –dijo el hombrecillo.
El director avanzó hasta él con aire amenazante.
-¿Sabe usted lo que significa “denegación de auxilio” señor mío?
El hombrecillo apenas se atrevió a levantar la mirada.
-Pues entonces tendré que explicárselo. Un delito muy grave, cárcel, años y años de cárcel, eso es lo que significa. Por no hablar de los remordimientos... Sí, Serafín sí. Eso que la gente como usted cree no tener, un sentimiento que le reconcomerá el alma hasta el final de sus días porque una persona murió cuando usted no quiso donarle su sangre.
El director se acercó aún más hasta el hombrecillo, y comenzó a hablarle al oído.
-Luego está el asunto del manicomio... Porque me imagino que usted sabrá que con una simple hoja de papel firmada por mí, puedo hacer que lo encierren en un lugar mil veces peor que la cárcel. Sin duda, un juez terminará por hacerse cargo del asunto, pero ya sabe como son estas cosas... en el mejor de los casos pasaría años confinado en una de esas celdas atestadas de psicópatas, siempre en compañía de maniacos ansiosos por hacerle sufrir... y todo eso estando usted cuerdo Serafín. ¿Imagina el infierno que supone estar rodeado de locos cuando uno no lo está? Es lo peor, créame. Al cabo de una semana pedirá de rodillas que le saquen de allí, durante días enteros gritará desesperado que no está loco, y entonces le meterán en un agujero aún más profundo del que ya no saldrá jamás.
Serafín seguía inmóvil, con la mirada perdida entre sus propias manos, pero en su mente, las palabras del director habían conseguido dibujar las escenas más terribles y dantescas que pudiera imaginar. Estaba seguro de que las amenazas de aquel hombre no eran vanas. Ya empezaba a sentir en lo más profundo del pecho una sensación de ahogo que crecía y crecía en torno a su corazón. Si eso era sólo el comienzo de los remordimientos, no quería ni pensar en todo lo que estaba por llegar.
Serafín se sabía débil. Siempre fue consciente de su falta de redaños, y si alguna vez le cupo alguna duda sobre ello, la vida se había encargado de demostrárselo. Nunca se vio con las fuerzas suficientes como para enfrentarse a nada, cuanto menos a la cadena de pérdidas y desgracias que jalonaban su desgraciada existencia. Ni siquiera llegó a preguntarse si podría soportar aquella nueva y pesada losa. La vida de una persona contra su miedo. Una balanza, que ya sin remedio, empezaba a inclinarse.
-Lo haré.
-¿Cómo ha dicho? –preguntó el director con evidente orgullo.
-He dicho que haré lo que me piden. Pero por favor, que sea rápido...
-¡Ya lo han oído señores! ¡Asunto resuelto! Y ahora, todos a trabajar, este hospital nos necesita y no podemos hacerle esperar.
Solamente quedó una joven enfermera junto a la camilla de Serafín, el resto se alejó con paso vivo y en todas direcciones. Con la destreza que da la costumbre, comenzó a romper los envoltorios asépticos de las agujas, a colocar la percha donde colgar la bolsa de plástico trasparente... y se detuvo cuando creyó haber escuchado un leve susurro de los labios del hombrecillo.
-Disculpe señorita... ¿puedo pedirla algo?
La enfermera se limitó a asentir con la cabeza.
-Cuando me saquen la sangre... es decir, mientras lo estén haciendo... ¿podría darme la mano?
La única respuesta de la joven fue una extraña sonrisa.
-Perdone otra vez señorita... ¿puedo pedirla una última cosa? Verá... ya sé que es una tontería, pero me gustaría que me avisaran... que me dijeran algo cariñoso cuando me empiece a morir.

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