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jueves, 27 de mayo de 2010

EL MÉTODO

Más que método, es un ritual. Algo casi mecánico que puedo poner en marcha sin demasiado esfuerzo. Mi vieja silla, a la entrada del portal, un lápiz recién afilado y mi libreta verde. Siempre ha de ser la verde.
Estoy preparado para comenzar un nuevo relato, pero no un relato corriente, este será especial, el mejor de todos, y sobre todo, el más original. Va a tratar sobre una tribu de indios sioux que durante una partida de caza, descubre los restos de una nave extraterrestre. Los tripulantes que han sobrevivido al aterrizaje resultan ser extremadamente hostiles, y entre unos y otros se entabla una lucha a muerte de la que dependerá el destino de toda la humanidad. Tengo que darle aún un par de vueltas, encontrar la manera de meter por medio un misterio templario, tal vez una máquina del tiempo... Estoy seguro de que nadie habrá escrito algo parecido, con eso me basta. Ya casi puedo ver a los orgullosos guerreros indios, con sus pinturas de guerra, a lomos de sus caballos, atentos a la señal del gran jefe, dispuestos a entablar el combate final. Se palpa en el aire esa falsa calma que previene a la tormenta, una ligera brisa mueve las plumas de sus penachos.
Esa misma brisa que vuelve del revés la hoja en el momento más inoportuno, la que me hace levantar la mirada de la libreta. Entonces los veo llegar. Una pareja de ancianos caminando lentamente calle abajo. Sería difícil saber quién se apoya en quién. Van cogidos de la mano, las mantienen entrelazadas, bien apretadas, como si temieran soltarse y perderse para siempre. Salta a la vista que su amor es de los de antes. El uno para el otro y el otro para el uno. Sus pasos son tan cortos y sus gestos tan cansados... parece que no quisieran llegar al final de la calle, porque eso les acercará al final del paseo, al final de su vida juntos.
Sería maravilloso saber convertirlos en palabras. Ese sí que sería un gran relato. Vuelvo a mirar sus manos apretadas, pero esta vez con mucho mas detenimiento. ¿Cuánto cariño cabe entre ellas? ¿Cuánto perdón? ¿Cuánta enfermedad? ¿Cuánta dicha? ¿Cuánto tiempo?
Ya casi los tengo al lado. De vez en cuando acercan sus mejillas para decirse algo. No me resisto a aguzar el oído y escucharles.
-¿A quién se le ocurre? ¡Sólo a ti que estás tonta perdida!
-¡Pues mira que tú! Te aviso de se me ha salido el bote de pegamento, ese que pega tanto, y tú, en vez de darme un trapo, vas y me das la mano ¡Si es que cada día estás más sordo y más inútil!
-¡Calla lagarta! Lo que me dijiste es que te cogiera el frasquito, y como sabes que no veo bien... ¿Qué te crees? Sé de sobra que lo has hecho aposta para joderme la partida con mis amigos.
-¿Tus amigos? ¿Y desde cuando los gañanes como tú tienen amigos? ¿No serán esos espabilados del bar que te sacan los cuartos que no tienes?
-¡Calla víbora! ¿Qué sabrás tú de amigos? Las serpientes venenosas siempre vais solas...
-¡Y los borregos en manadas! ¿No te digo este...?
-Mira... me callo porque sé que a mala leche y a lengua no te gano, así que tengamos la fiesta en paz. A ver si se ablanda de una vez la mierda esta y te pierdo de vista.
-¡Que no tires hombre, que no tires! ¿No ves que todavía no sale?
Pasan de largo. Ya no comprendo lo que se dicen entre pocos dientes. El gran jefe sioux me llama. Está a punto de dar la orden de ataque, ha alzado su lanza en el aire y he de subirme a la grupa de su caballo.


Imagen: LeoBrujo

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