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lunes, 19 de julio de 2010

LA MANCHA

Tras otra mala noche, se juró que esa misma mañana pediría hora para ir al médico.

Aquél constante ardor de estómago empezaba a preocuparle. Creyó recordar que guardaba por alguna parte un frasco de bicarbonato, rebuscó a conciencia en la nevera, en el armario, en cada cajón, por todo el estudio, pero no encontró nada. Quiso probar suerte en los estantes más altos, alzó la vista, y la pequeña brasa que habitaba en sus tripas se hizo llama.

De nuevo el mismo problema.

Por alguna extraña razón la pintura no se fijaba y comenzaba a correrse formando una mancha, que desde el centro, se extendía lentamente por todo el lienzo. Nunca le había ocurrido nada parecido, la textura cambiaba casi a ojos vista, emborronando los perfiles, y echando a perder las partes ya secas. Tendría que volver a empezar otra vez desde el principio. Las disculpas y las promesas de la última vez ya no valdrían, su marchante no aceptaría ninguna excusa más, si no terminaba a tiempo aquél mural, podía dar por perdido su único contrato.

Todo y todos parecían haberse vuelto en su contra. El desastre era sólo cuestión de días, su casero no iba a esperar más para cobrar el alquiler, las facturas sin pagar se amontonaban, su dolor de estómago no cejaba en su empeño de impedirle trabajar... cuando estaba a punto de ceder al pánico, cerró los puños con fuerza, y se obligó a reflexionar durante unos minutos.

Una parte de él estaba absolutamente convencida de que lo más indicado sería emprenderla a golpes con el lienzo. La otra, sin embargo, opinaba que la mejor manera de solucionar su problema era conservar la calma y averiguar de una vez por todas las razones de aquél repetido desastre. Preparó un poco de café y un par de tostadas. Desayunó de pie, al otro lado de la habitación, escrutando ceñudo los contornos de la mancha.

Era incluso peor de lo que parecía a simple vista. Contra toda lógica, la capa exterior de pintura había comenzado a agrietarse estando aún fresca, diría que incluso había ganado en brillo y relieve desde la última pincelada. Necesitaba comprobarlo desde mucho más cerca.

Armado con una gran lupa y una espátula, se encaramó a lo alto de la escalera. Acercó cuanto pudo la cara al lienzo, interpuso la lente entre su ojo y la pintura, y una exclamación de asombro salió de sus labios. La pintura bullía, diminutas porciones de ella cambiaban constantemente de forma y color, hasta su textura cambiaba en cuestión de segundos, rugosa y firme ahora, un pensamiento más tarde, acuosa y fluida.

Bajó de la escalera. Nunca había leído nada acerca de una reacción química tan extraña como aquella, las manchas anteriores no se parecían en nada a esa... lo cierto es que no las había examinado tan detenidamente, se había desecho de ellas sin más en el contenedor de la calle.

La llama de su estómago le acarició la garganta y tragó saliva para intentar apagarla. Una cámara. Necesitaba la cámara para grabarlo todo. Tras una nueva búsqueda a través de cajones y armarios, encontró al fin lo que buscaba. Contuvo la respiración a la espera de la sempiterna luz roja que indicaba falta de batería. Sólo apareció la verde.

Al subir de nuevo y aplicar el zoom sobre la mancha, la cámara se le cayó de entre las manos. No podía dar crédito a lo que veía. En la parte central se apreciaban ya las primeras formas de algo asombroso, de algo sencillamente imposible.

Era una especie de plano, el esbozo de una ciudad, de su ciudad, de sus plazas y avenidas, creciendo en todas direcciones, añadiendo sin cesar nuevas calles, completando detalles casi microscópicos a estas y a sus edificios... y su cámara tres metros más abajo, hecha pedazos contra el suelo.

Cuando fue capaz de volver a respirar, se dio cuenta. Hasta el último rincón del enorme lienzo había sido transformado, nada quedaba de su pintura original, y se alegró por ello. Lo que tenía ante sí era una obra prodigiosa, su inexplicable origen era ya para él un asunto sin demasiada importancia. En su cabeza solamente había espacio para las infinitas posibilidades que aquél prodigio añadía a su desventurada carrera como pintor. Entrecerró los ojos y sonrió lleno de serena satisfacción, vio la cara amable de su nuevo y famoso representante, galeristas exclusivos, críticos entregados, todos por fin a sus pies. También vio algo que le resulto inquietante.

Siguiendo con los ojos una de aquellas calles, llegó a reconocer el parque cercano a su estudio. Retomó la lupa y comprobó lo que imaginaba. Su edificio estaba allí, perfectamente detallado, con su pequeño jardín de entrada, su portal, y todas y cada una de las ventanas. La emoción avivó el ardor en sus entrañas, la molestia había cambiado en dolor, pero al distinguir el diminuto reflejo de su propia ventana entrecerrada, nada más le importó.

Una idea absurda pasó por su cabeza, tan absurda como irresistible.

Regresó al mural con un alfiler entre las manos temblorosas, el de punta más aguda que pudo encontrar. Tenía que empujar aquél cristal y abrir del todo la ventana. Se repitió que aquello era una locura sin sentido, un imposible entre imposibles... por eso tenía que ser real.

Respiró hondo varias veces, su pulso debía ser más firme que nunca, un error podría echar a perder su obra, su futuro, su dinero. Aplicó una ínfima presión en el punto exacto y comprobó asombrado que el cristal cedía. Aguzó la vista y creyó distinguir una figura humana en el interior, era él mismo, de espaldas, ligeramente inclinado sobre algo que no pudo distinguir. La impresión fue tal, que todo su ser se contrajo de pura emoción.

Su pulso tembló imperceptiblemente, apenas lo suficiente para que la punta del alfiler se adentrara una décima de milímetro en la diminuta habitación.
Sólo pudo girar levemente la cabeza al escuchar un ruido a su espalda y descubrir aterrado, que a través de la ventana, una descomunal lanza de acero irrumpía de repente en su estudio para herirle de muerte. Volvió a pensar, esta vez descorazonado, en su representante, en las galerías, y en los críticos que ya nunca serían ni amables, ni exclusivos, ni entregados.

Aún agonizante se conformó con algo, jamás volvería a dolerle el estomago.


Imagen: Galería de Vagamundos

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