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martes, 14 de junio de 2011

HISTORIA DE M.

Un día le dijeron a M. que estaba despedido.
"No hay negocio M., si esto mejora ya te llamaremos" Pero nunca le llamaron.
Había trabajado en todo, últimamente en la construcción, poniendo suelos durante diez horas al día.

Buscó y buscó, pero no encontró otro trabajo, ya tenía una edad, a los de cuarenta y pico no los quiere nadie.
Los meses pasaron, los ahorros se acabaron, el subsidio de cuatrocientos euros sólo llegaba para comer y poco más, los plazos de la hipoteca se amontonaron, y un mal día les echaron a la calle.

Pasaron un tiempo durmiendo en soportales, hasta que los de "servicios sociales" les advirtieron "Si os vemos con la cría en la calle te la tendremos que quitar"
El verano no estaba por llegar, hacía frío, la niña podían enfermar durmiendo al raso, y pidió ayuda en un albergue municipal. Si le acogían tenían que llamar a los de “servicio social” para que se llevaran a la hija, allí sólo se admitían adultos.

Seguían en la calle.

M. se volvía loco pensando.

Se acabó el subsidio de cuatrocientos euros.

Todo iba a peor. Cada parte de su vida se venía abajo sin que pudiera remediarlo, pero la niña no, eso no lo iba a permitir, y por lo bajo se juró a sí mismo que mataría antes que perderla.
Alguien le habló de unos pisos de protección oficial, tapiados, sin luz, sin agua, pero vacíos. Era un techo. Dio una patada a la primera puerta que encontró y ocupó su última esperanza.

M. se conformaba con aquello, tenía la comida que tiraban los del supermercado, un par de colchones donde dormir, su familia y una puerta que cerrar cada noche.
No tardó en llegar la decisión de un juez. Orden de desahucio, funcionarios del juzgado, policías... Los de “servicios sociales” también estarían allí, le iban a quitar a su hija.
Ese mismo día solicitó otra vez una demora para el desalojo. No hubo modo. La fecha de ejecución era inamovible. M. estaba condenado.

La empresa propietaria del piso le pedía nueve mil euros como indemnización por invadir su propiedad.
Había llegado el día.

De nuevo en la calle.

M. pasó la noche con los puños apretados. "Antes mato" rumió mientras se levantaba. Bajó las escaleras y llegó al portal para esperarles.
M. siempre esperaba. Esperó durante meses a que le llamaran de la obra, esperó cada noche a que le sacaran de su casa, siempre esperó a que la mala racha pasara... y ya no podía esperar más.

Llegaron los miedos, otra vez, siempre los miedos.
"No soy un buen padre"
"No soy un buen marido"
"Todo es culpa mía"
"Esto nunca acabará"

Encararse a aquellos hombres, ir en su busca. Dobló la esquina de la calle Juan de Juanes en el barrio del Gornal en Hospitalet. Buscaba el valor necesario para enfrentarse a aquello, pero sólo encontró el suficiente como para arrancar una cuerda de un tendedero y colgarse de un árbol.

Dicen que M. murió por depresión.


Constitución española - Artículo 47.

Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada.
Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas
pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo
con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las
plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos.






¿Se podrá morir uno de indignación?

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